Por Carolyn Daly, Directora Ejecutiva de MM
Mil Milagros comenzó a trabajar en la comunidad de Nuevo Progreso en el 2012, en nuestro programa de Desarrollo del/a niño/a a edad temprana. A inicios del 2013, cuando me incorporé a MM, llevamos a cabo una reunión con la comunidad.
Aún recuerdo entrando a la casa convertida en escuela, viendo a un grupo pequeño de hombres y mujeres formando un círculo. Me impresionó notar que una madre, una abuela y una maestra, hablaron más que el resto del grupo. De vez en cuando los hombres participaron, pero las tres mujeres lideraron la reunión. Ellas nos dijeron que los padres estaban rentando esa casa pues los niños deberían asistir a la escuela al cruzar la carretera, pero esta era la carretera Panamericana, y los padres no querían que sus niños la cruzaran para asistir clases, lo cual representaba un peligro. Así es que hicieron lo que se hace en Nuevo progreso, y encontraron una solución temporal, mientras trabajaron incansablemente para lograr permanentemente su propio terreno y escuela.
Ese año iniciamos nuestros programas en nutrición, salud, higiene y educación.
Podría destacar a cada una de las tres mujeres que me inspiran, hoy no lo haré, pero espero hacerlo en cuanto me sea posible. Comparto la historia de una mujer a quien quizás no la recordaría en la reunión, ella se sentó y permaneció sin hablar, aún sin establecer contacto con la vista, durante todo el tiempo.
Hoy les hablaré de Andrea y su hija Melisa.
Andrea fue electa para la Junta de directores de MM, el grupo de mujeres líderes a cargo del los programas en su comunidad. Ella siempre se sentaba en la esquina del cuarto con sus pies cruzados y sus manos en la falda. Nunca habló pero siempre estuvo presente. Al finalizar cada taller o reunión, con la mirada al piso decía, ‘Gracias, seño (expresión de respeto a la profesora).’
Pude notar que frecuentemente, Andrea estaba preparando los refrigerios escolares proveídos por MM. Las madres toman turnos preparando la refacción. Recuerdo haber preguntado a la directora de la escuela por qué era que veía a Andrea en la escuela en cada una de mis visitas.
‘Ella tiene cuatro niños en la escuela.’ Me explicó Magda, la directora.
‘Ala,’ dije, en una escuela con 30 niños, cuatro son hijos de Andrea.
¿Se queja ella porque tiene que venir frecuentemente? Pregunté
¿Está usted bromeando? preguntó Magda sonriendo. Ella está tan agradecida que Mil Milagros esté en nuestra comunidad, ha dicho que si se lo pidieran vendría todos los días. Y ella lo haría, es ella una de las madres más responsable con quien contamos
Magda me explicó, que entre los muchos restos que enfrentaba la comunidad, se incluía la realidad de la carencia de agua potable en la escuela. Así los padres, en realidad las madres, tomaban turnos acarreando en sus cabezas tinajas de agua de sus casa a la escuela para que sus niños pudieran lavarse las manos y cepillarse los dientes. Andrea se presentaba diariamente porque sabia que algunas madres no podrían o no querían hacerlo.
Aunque pude notar que Andrea no decía mucho, al mismo tiempo me di cuenta que era respetada en la comunidad. Y las madres jóvenes la observaban preparando la refacción y luego la imitaban.
Pasado un tiempo, Andrea comenzó a levantar su cabeza y a mirarme a los ojos cuando me agradecía por lo que MM estaba llevando a cabo por sus niños en su comunidad. Y yo, la abrazaba y le agradecía.
Un día, ella me invitó a su casa, a una distancia de 10 minutos y para llegar había que subir por una elevada colina. Pensé en Andrea caminando diariamente con una pesada tinaja de agua cuesta arriba y cuesta abajo. Al llegar, entró de prisa a la casa y retornó con un papel. Dijo que era su diploma.
Andrea, quien nunca había tenido la oportunidad de asistir a la escuela, había tomado clases de lecto-escritura en su primer nivel. Ella estaba radiante, ya podía firmar su nombre. Sus niños a su lado mientras llorábamos y nos abrazamos, estaban tan orgullosos, y ella por igual.
A partir de entonces, cada vez que ella debía firmar algo, en vez de usar su huella digital, lentamente firmaba su nombre.
Y así, Andrea, quien al principio nunca habló o miró a los ojos a alguien, comenzó impartir talleres a las otras madres. Aún tenemos que motivarla para que hablé más alto, en vez de murmurar, pero todos en el cuarto la escuchan con atención cuando habla.
Y nadie mejor que Melisa escuchaba con atención. Cuando la conocí tenía 5 años de edad, y una sonrisa que podría derretir el corazón de cualquiera. Era tan vivaracha como muchos de los niños, pero además poseía un carisma y un ingenio que difícilmente podría negarse.
Melisa compartía sus dibujos y tareas escolares y abrazaba a todos los visitantes. Con el transcurso del tiempo, noté a Melisa más madura y un poquito más reservada.
Siendo lo extravertida que soy, me preocupé, pensé que algo malo ocurría. Pregunté a Lucy si todo andaba bien con Melisa, me vio de manera inquisitiva y preguntó ¿Por qué?
‘Ya no parece tan emotiva como era antes.’
Y Lucy con lo investigadora que es, respondió, ‘lo averiguaré.’
Retornó con una cara sonriente y dijo, ‘Pienso que Melisa está bien.’
¿Sí? Pregunté
‘Sí, hable con la profesora Magda, acerca de Melisa, y dijo que ella era la niña que demostraba el mayor liderazgo entre todos los niños en su clase.’
En una escuela compuesta de solo dos aulas, las dos profesoras tienen que enseñar grados multiples en cada una de estas, un trabajo difícil aún para los/as mejores docentes. Melisa, la número uno en su clase, voluntariamente ofreció enseñar a los niños pequeños, mientras Magda trabaja con los mayores. Como Magda lo explicó, ‘es una líder tranquila,’ igual que su madre. Este año, Melisa se graduará de la escuela primaria, y no me cabe la menor duda que lo que ella se proponga, habrá de lograrlo con ese encanto y el liderazgo tranquilo, enseñanzas de su madre.